Tras Sus Huellas
“La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón.” (Howard G. Hendricks) Cuando quise buscar una frase significativa para empezar esta biografía, me detuve en esta. Hermosísima, profunda, y con palabras bien claves. Palabras como enseñanza, huellas, corazón, todas se asocian a la persona elegida, todas son pertinentes al maravilloso proyecto que hoy es el mejor tributo a una vida dedicada a hacerlo posible.
Hortensia Méndez de Álvarez nació el 13 de febrero de mediados del siglo pasado en la Habana Cuba, la segunda de cinco hijos del matrimonio compuesto por José Méndez Ramos y Hortensia González de Méndez. Se educó en un colegio de religiosas ursulinas, el Merici Academy, cuyo ministerio era la educación de niñas y misionar en África. En medio de clases particulares (piano, baile, idiomas, guitarra, canto) que le aportaron una formación multidisciplinaria y amplia, vivió el esplendor de una Cuba que lanzaba sus últimos fuegos de artificio antes de entrar, casi sin percibirlo, en el oscuro terror del comunismo. El colegio, envuelto en una mística estela de recuerdos y sensaciones de nostalgia, representó para ella una fuente inagotable de sueños inconclusos y quizás la llama que encendió una hoguera que habría de consolidarse mucho después. Ella recuerda que ver a sus monjas cargadas de papeles por corregir y lápices de colores, le hacían sentir admiración por la ocupación de maestra. Quiso y se propuso serlo un día. Terminó su educación secundaria en el Ethel Walker School en Connecticut, y tras dos años se graduó de bachillerato, haciendo realidad el sueño de sus padres de que sus hijos tuvieran una educación trilingüe.
Al volver graduada a su país, encontró la Revolución en pleno apogeo y con sentido de urgencia, su familia organizó su éxodo sin haber previsto jamás que tuvieran que empezar de nuevo en otro escenario distinto. Dejar casas, familia extendida, amigos de infancia, monjas y todo un mundo irrepetible detrás, de una manera violenta e insospechada, la propulsó a una adultez prematura. Con un respiro de alivio de poder estar juntos, ella, sus padres y hermanos abrazaron el exilio como se abraza un salvavidas.
Los siguientes años, se hizo el esfuerzo de que tanto ella como sus hermanos continuaran su proceso educativo en el exterior, pero las circunstancias económicas lo impidieron, y tras hacer un secretariado bilingüe, estuvo trabajando en Nueva York hasta que su salud se vio seriamente comprometida no solo a nivel físico sino emocional.
Sus padres escucharon decir que lo más similar a Cuba era la República Dominicana y en el 1963, se instalaron en una acogedora casa de madera en la ciudad de Moca. Al poco tiempo y ya recuperada de sus quebrantos, Hortensia se dedicó, junto con sus hermanos, a ayudar a sus padres en la compañía que recién iniciaban y que llevaban desde la sala, convertida en oficina, de su casa. Fue en Moca que resurgió el negocio del tabaco y fue una época cargada de aprendizaje y felices memorias.
En 1965 conoció y se casó con su esposo Fenando Álvarez Bogaert, con quien procreó cuatro hijas. Estuvo involucrada activamente en la carrera política de su esposo que los llevaron en más de una ocasión a trasladarse en campaña a la ciudad de Santiago. Fue durante una de esas campañas políticas que sus hijas se convirtieron en sus primeras alumnas. Ellas estudiaron en el Instituto Veritas de la ciudad de Santo Domingo, y durante unos meses en que toda la familia debió irse a vivir al Cibao, las niñas recibieron clases de su mamá y es muy probable que esto reactivara en ella su antiguo sueño de enseñar.
Pero no fue hasta unos años después durante unas navidades cuando la situación económica de la familia atravesaba una baja, que Hortensia Méndez decidió poner en práctica su ilusión de ser educadora. Había cursado y completado en Santo Domingo sus estudios de Francés en la Alianza Francesa, llegando hasta el más alto diploma, el cual le otorgaba el título de profesora del idioma.
Comenzó a recibir en su casa grupos de niños, adolescentes y ejecutivos de banco para impartirles clases de inglés y francés. Fue ampliando sus talleres con otras actividades extra curriculares hasta detectar un nicho en el área de educación, ya que no había espacios como el suyo en que los niños pudieran ir luego del colegio a estudiar idiomas, practicar natación, y tomar cursos de música y arte.
Más adelante, sus clientes le sugirieron abrir un preescolar y el resto es historia. Estudió educación para poder fungir como Directora General de su incipiente colegio, alcanzando el más alto índice de la carrera de Pedagogía y el título de Valedictorian en la Universidad Nacional Pedro Henríquez.
Treinta años más tarde, Follow Me School es una realidad, que en cierta forma guarda grandes similitudes con esa casa escuela que, como segundo hogar, permeó en la memoria y el corazón de tantas personas a través de los años. Ahora parece lejano el tiempo en que las primeras profesoras contratadas eran las amigas de la universidad de su hija mayor.
Yo soy esa hija mayor que desde su profesión de arquitecto se dejó infundir, por gracia de Dios, la más hermosa de las vocaciones: ser maestra. Pienso que mi madre ha demostrado visión a través de todas las etapas de su vida como educadora, desde su acierto en ofrecer a los niños y jóvenes un espacio cultural y de apoyo académico hasta el desarrollo de una institución que ha graduado promociones que son reconocidas por su excelencia a nivel universitario.
Mi madre ha sido fuente de inspiración en todo este devenir de acontecimientos. Ella nunca ha querido separar el cariño y la unión familiar de la filosofía del colegio. Somos una tribu, una familia extendida, en estas paredes se conjuga un alto estándar académico con algo que es extremadamente innovador: la fe viva y actuante, el calor humano significativo combinado con la creatividad y la excelencia académica.
Creo que si en algo he sentido esta inspiración de manera más profunda es en el aprender a elevar la autoestima de los estudiantes a base de exigirles dar lo mejor de sí, sin condicionar para nada el amor más desinteresado y noble que seamos capaces de ofrecerles. Leía una frase de que un niño que es amado en su casa viene al colegio a aprender, mas un niño que no recibe amor viene al colegio a que lo amen.
Se aman todos, se corrigen con amor, se enseñan con orden y entusiasmo, se educan a través de las artes, las lenguas y el teatro y se les ayuda a aprender a ser felices. Creo que ser líder es ayudar a potencializar lo mejor en cada ser humano, es ser serio en la exigencia ya que al esperar lo mejor de los demás hay una confianza implícita que motiva y sostiene. Creo en el poder de la visión y de saber esforzarse sin rendirse, pero sobre todo, creo que la fe es la que hace hermosas todas las cosas, la que mueve a la entrega y la que da fuerzas para perseverar.
En todo esto fui y soy marcada, como muchos otros jóvenes y niños, por el ejemplo de alguien que vislumbró, quiso hacer real, y luchó por no dejar caer un maravilloso proyecto de vida, cuyas ramificaciones, ni ella ni yo seremos capaces de medir.